lunes, 13 de abril de 2015

Y entonces escribí, escribí para no ahogarme.

Retumbaba el pitido de desesperación mientras se me encogía el pecho. Parecía que tenían mi corazón cogido tan fuerte de las arterias principales que de un momento a otro saltaría en mil pedazos manchándolo todo de sangre. No podía pensar en nada que no me quebrara por dentro. Ya era tarde, la noche se me echaba encima y las cicatrices persistían. Sólo oía pequeños golpes empujando, como si algo dentro de mí quisiera salir: las ganas de echarlo todo a perder o morir por ti. No sentía nada más allá que el escozor de una herida recién abierta y la respiración entrecortada mientras mi mente me repetía una y otra vez que no iba a hacer nada bien, como si no le hubiesen enseñado otras palabras.

Mi corazón ya lleva bastantes batallas perdidas y no sé si podrá con una más. Ni si quiera sé si podré sobrevivir una noche sin ti, por eso es que malgasto un folio en escribir sobre heridas de guerras, de golpes y de caídas. Aunque prefiero morir esta noche, si eso implica que moriré por ti y no seguiré viviendo en esta agonía donde ya no hay más tú, ni yo, ni nosotras. Y que tire la primera piedra quién nunca ha muerto de amor, entendiendo el amor como el dolor más puro y sincero que existe, incluso placentero, en una madrugada que parece no acabar nunca y el sueño no te alcanza. 

Se oye el silencio interno de las gotas que resbalan por las mejillas y un grito desgarrador que se hace conmigo en cuanto cojo ese lápiz otra vez y dibujo sobre el papel, aunque pocos entiendan esta metáfora. No pretendo que me leas, ni que sientas pena por mí, tan sólo converso con el verso de tu folio del que un día viéndote me enamoré y creí ver poesía, cuando en realidad, veía a la chica más bonita del mundo. Así que gracias, por sonreírme cuando todos huían de mis monstruos, por quererlos para que ninguno de ellos llevasen tu nombre, y por ser fuerte por las dos, que eso ya sabes que ha sido muchas veces. Y una vez más, me aferro a ese pitido infernal que todos hemos oído tantas veces. Pero finalmente, me aferro a ti.


Y entonces escribí, escribí para no ahogarme.

viernes, 3 de abril de 2015

Libérate.

Ese beso se quedó en mí cómo si llenase ese vacío y pudiese cicatrizar todas mis heridas de guerra con sus labios. No hay otro sentimiento que valga más la pena que el vacío que llenas cuando estás, cuando encuentras a alguien que te entiende y pone un poco de luz en tu camino. Porque todos hemos pasado por un lado oscuro en nuestro camino y hemos necesitado a alguien quien nos guiase cuando todo estaba negro, apagado.

Me desangro con un bolígrafo en medio de un papel con la intención de dejar un rastro que me lleve de vuelta a ti. Dejando letras en vez de migas de pan, para no perderme. Aunque sé que las devorará y arrasará con ella cualquier depredador que esté cerca. Y es que no quiero que sientas otra cosa que no sea amor, hacia ti. Ven, quédate conmigo esta tarde, intercambiemos un par de risas, sonrisas tímidas, y deshace todos esos nudos que te atan dentro de tu pecho, respira y siente. Libérate.


No tienes mayor defecto que el de no sonreír, o sonreír adjudicándote esa careta de la que tanto te arrepientes, y que no te hace bien. Ven, sé tú conmigo. Simplemente tú. Aprende que no todo son aciertos, pero tampoco errores. Que tienes miles de cosas buenas, y quizás alguna mala. Pero quiérete, porque eres una chica demasiado preciosa como para malgastar sonrisas y ocultar llantos hasta la una de la madrugada.