Era esa clase de chica que prefería ir con los cascos en el tren y no hablar con alguien de algún tema estúpido por forzar una conversación que simplemente no salía. Le gustaba el rock y se desmelenaba cada vez que iba a algún garito donde ahogaba sus lágrimas en cerveza fría y bailaba como si ese fuese su último día. Sonreía tanto que parecía feliz, pero pocos conocían el corazón roto y quebrajado que llevaba consigo siempre que salía de casa. Intentó curarse con alcohol sin tener en cuenta que lo único que hacía era desinfectar el corazón hasta que un día dejó de sentir, quedándose completamente vacía. Si te fijabas bien, podías ver en sus ojos un mundo oscuro en el que se escondía de sus fantasmas sin saber muy bien cómo escapar de aquel mundo. Incertidumbre, misterio y soledad son las palabras que llevaba grabada en la piel junto a sus inseguridades, aunque las ocultaba por miedo a que la conociesen del todo, por miedo a quedarse sola sin entender que así es como de verdad se quedaría si seguía haciendo lo mismo. Todas las noches su mente le jugaba malas pasadas y algún día de locura acababa casi sin palpitar, por ese deseo imparable de desaparecer. Nadie la entendía del todo, pero tampoco podía dejarse ayudar, no quería suponer una carga en los problemas de los demás. Bastante jodido está el mundo como para preocuparse por ella. Besaba sin que se dieran cuenta de que lo único que buscaba era ese cariño capaz de hacerla sentir especial y única, unos brazos donde agarrarse cuando todo fuese mal y que no se fueran cuando el sol se escondía. Nadie nunca la leyó entre líneas y acabó siendo una historia de esas que tiras a la basura porque crees que no es suficientemente buena. Acabó siendo una historia olvidada que nunca tuvo final, y si lo tuvo nunca lo sabremos. Gritaba en silencio para que se quedasen con ella, pero nadie nunca la escuchó.